Monday, December 07, 2009

LA PESTE VISCOSA.

Un día recorriendo y haciendo zapping por la “ciudad jardín”, me encontré, con una desagradable sorpresa. Con una numerosa población de habitantes indeseables, que, destruyen todo lo que está a su alrededor, dejando enormes e irreparables secuelas negativas, devorando a todo ser vivo e inerte que encuentran a su paso y que no puede escapar de estos depredadores, aparentemente inofensivos, de tierna figura. Sin duda alguna, son muy bonitos y tiernos, pero desgraciadamente, tienen un enorme poder destructivo, para mi proyecto y el de cualquier otro ciudadano que quiera disfrutar de una atractiva y saludable presentación.
Era de noche, había estado un par de horas trabajando en el jardín, sacando el molesto pasto que estropea la belleza de las flores. Todos los días trato de hacer algo para ir mejorando. Pareciera falta de dedicación, pero es el poco tiempo que dispongo, por eso no se notan mucho los avances.
De todas maneras, algunas veces por la tarde, le doy un vistazo entre hojarasca y maleza, encontrándome de nuevo con esa población de habitantes indeseables que dañan a mis féminas e inmóviles hortensias, violetas, dalias, malvas, clavelinas. Como será el poder destructivo que tienen, que dañan hasta… los Pensamientos.
Decía, que era de noche y de entre el follaje espeso, arrancaba a estos habitantes dañinos. Daba pena hacerlo, aplastarlos y quebrarles su frágil protección. Aún así, debía hacerlo eran ellos o yo… así se simple. Por lo que finalmente me vi en la obligación de acabarlos a como diera lugar.
Son demasiado dañinos, como para dejarlos vivir solo por su apariencia tierna y frágil. A cada paso, sentía el crujir por la quebrazón de sus habitaciones, cuyas ondas sonoras se irradiaban a unos cuantos metros a la redonda, en la quietud de la oscura noche de primavera.
Demasiado cruel para contarlo a los niños, verdad?
Fue así, que comenzó… la gran “Guerra de los Caracoles”. No se le puede llamar de otra manera porque eso era. Me parecía una persecución de ellos hacia mí, porque cada vez que eliminaba a unos, aparecían otros tantos, por encima de las panderetas, sobre la malla, sobre la cerca, todos de distintos tamaños, que salían a hacer de las suyas, aprovechando la calma de la noche, se paseaban de prado en prado quedando la huella viscosa plasmada en la piedra laja, dejando su estela, por ultima vez, divirtiéndose y preparándose para gozar del banquete que tendrían esa noche.
Así pasaron las horas, y a fin de acabar con ellos, comencé una caminata nocturna por todos lados. La suela de mi zapato, ahogaba el crujir del tanque “caracolíano” dejándolo aplastados y pegados en el pasto, de nada les servia su caparazón, no fue suficiente para defenderlos del depredador humano.
Tal vez gritaban los pobres, pero… eso ni lo quería imaginar, solo pensaba en lo dañino que son y como cada vez que miraba hacia un lado, había otros tantos… asomando sus radares tan altos. Me parecían una plaga indestructible, y me di cuenta que la cosa no era fácil. Además, había que considerar que el sitio de al lado estaba excesivamente poblado de malezas. Entonces comprendí ahí… que esta guerra, la ganarían… los Caracoles.



Así termina la historia de… “La guerra de los Caracoles”.

Lamentablemente no se hacer cremas para aprovecharlos… pero si alguien lo sabe… están las puertas abiertas del jardín para ir a buscar los que podrían quedar.


Patricia Carrillo M.